Sutil e inquietante. Esas son las puertas que Javier Vallhonrat quiere
tocar con sus fotografías desde que en 2009 empezó su inmersión en el
mundo de la naturaleza. Ahora recorre glaciares. Fue aparcando la moda,
donde alcanzó cotas increíbles, para entregarse a la alta montaña. En
medio de una tormenta de nieve, escalando, se pone de manifiesto el
escaso margen de control que poseemos de algunas cosas. La ocasión ideal
para perderse en esa experiencia cargada de inquietudes y descubrir
como ese espacio te coloca en un punto de máxima vulnerabilidad. Control
e incertidumbre. La montaña le sirve para observar y capar lo extremo,
para construir un trabajo que reflexiona sobre la imagen y nuestro
lenguaje y que no es otra cosa que una metáfora de su recorrido interno.
Glaciar de Aneto. Macizo de la Malaleta, Pirineos, fue la
primera imagen que tomó a 2.995 metros de altitud en el punto más
vulnerable, donde termina. ¿Suerte? A veces falla la luz o se hace tarde
antes de llegar y hay que volver frustrado y empezar la ascensión otro
día, pero esa vez apareció lo que vemos sobre estas líneas. Se dio de
bruces con ese paisaje. “Fue como ver muchas capas del tiempo
dialogando, como fotografiar un vestigio de algo”. La lengua de nieve y
la paleta de rosas captaron su atención como espectador. Vallhonrat sacó
la cámara y disparó. Glaciar de Aneto, tan sugerente como un oleo impresionista, forma parte del proyecto 42 grados norte,
que inició en 2010 y que ha ido ampliando con el tiempo. La imagen,
enmarcada ahora en el salón de su domicilio, posee una sutileza y un
punto lúdico que nos conduce hacia formas más interpretativas:
abstracta, narrativa y polar. Vallhonrat ha escalado en 36 ocasiones
hasta la cima del glaciar por eso sabe que el entorno también es
vulnerable. Ha comprobado personalmente como sufre el cambio climático.
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